“Dios, ¡qué bueno!” es la exclamación que me ha venido a la cabeza en varias ocasiones a lo largo de la escucha del último trabajo de este quinteto de San Diego de trayectoria ya más que respetable. Los paisajes trazados por los sonidos de este disco son una mezcla de espacios abiertos, nostalgia y píldoras de intensidad y pasión. El cómo: una combinación de desert rock, post-rock, psicodelía y pinceladas progresivas y jazzísticas. La conclusión: una preciosa obra de arte.
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